Caballos de Troya contra la libre información
Ataques constantes amenazan la libertad de prensa, sin la cual no hay democracia posible
Malen Aznárez Torralvo, Presidenta de Reporteros Sin Fronteras - España
EL
PAIS
Yirgalem Fisseha
es una joven periodista eritrea, una de las poquísimas del país, especializada
en crítica de arte. Un día de febrero de 2009, fuerzas gubernamentales entraron
al asalto en Radio Bana, en Asmara, se llevaron a todos los periodistas y les encerraron
en una prisión militar. Algunos fueron liberados al cabo de días o meses, pero
Yirgalem Fisseha sigue en la cárcel. No ha tenido acusación formal, ni juicio.
Ha pasado gran parte de estos cuatro años incomunicada y sometida a durísimas
condiciones de subsistencia. No le permiten ver a la familia ni recibir
visitas. Tiene graves problemas de salud. ¿Su delito? Informar.
Es solo una pincelada, un caso de
los más de 300 periodistas y blogueros encarcelados en el mundo por hacer su
trabajo. Por no hablar de los 90 periodistas y 48 internautas asesinados en
2012, el más terrorífico de los últimos 17 años. A los que hay que añadir
docenas de exiliados, secuestrados, heridos o torturados, y medios de
comunicación atacados con bombas u obligados a cerrar por Gobiernos abusivos.
Es un relato poco agradable, sí, pero en el Día Mundial de la
Libertad de Prensa conviene recordar que más allá de las penurias económicas,
los ERE y cierres de periódicos, los bajos salarios y la falta de empleo que
acorralan a los periodistas en nuestro país, existe una libertad de prensa por
la que muchos colegas se juegan la vida. No niego la importancia de un
periodismo profesional riguroso, honesto y de calidad, y en el que la
pluralidad de medios es esencial para que los ciudadanos estén bien informados
y puedan ejercer la crítica de los poderes. Pero acostumbrados a mirarnos el
ombligo solemos olvidarnos de situaciones por las que pasan la mayoría de los
informadores en el mundo. Preferimos ignorarlas o considerarlas propias de
países autoritarios. Craso error. Las amenazas a la libertad de información van
en aumento y no solo en los países totalitarios.
Si nos acercamos a la nube de Internet, en teoría ese gran
territorio global y libre para todos, ¿cuántos usuarios saben que uno de cada
cuatro internautas no tiene acceso a un Internet libre, y que unos 60 países
han establecido controles o censuras en la Red? Y no se trata ya de la censura
directa —de esas 138 palabras que tiene prohibidas Turquía, entre ellas falda,
cuñada, embarazada, libre—, de ralentizar la banda o del expeditivo apagón
directo, sino de técnicas mucho más sofisticadas.
Hay grandes empresas de
telecomunicación que, de acuerdo con los Gobiernos de determinados países, se
han convertido en los nuevos policías de la Red. Y a petición de estos
establecen filtros locales o “censuras geolocalizadas” y redireccionan páginas
web para evitar informaciones “ofensivas”. Da verdadero miedo ver las
posibilidades del“software espía” que cinco grandes empresas,
Amesys, Blue Coat, Gamma, Hacking Team y Trovicor, con sede en países
democráticos, y a las que Reporteros Sin Fronteras ha calificado de
“mercenarios de la era digital”, venden a países totalitarios. Un software que sirve para encarcelar y torturar a
periodistas y blogueros en Siria, China, Irán, Bahréin o Vietnam, considerados
por esta organización “Estados enemigos de Internet”.
Escuchas de conversaciones a través del Skype, lectura de chats y
correos electrónicos cifrados, encendido a distancia de la webcam o micrófono
del ordenador, acceso a los archivos cifrados del disco duro, recuperación de
contraseñas… Y “caballos de Troya” capaces de romper los encriptados e infectar
todo tipo de ordenadores, son muestras de un espionaje digital que ponen los
pelos de punta a todo el que no pertenezca a algún servicio secreto de
inteligencia...
Por si fuera poco, en los países democráticos aumentan las leyes
que al socaire de la lucha antiterrorista en Internet, la pedofilia o la
piratería, permiten una amplia vigilancia sin mandato judicial y corren el
riesgo de convertirse en leyes represivas para la información. Estados Unidos,
Gran Bretaña, Holanda, Rusia o Canadá han aprobado leyes en este sentido.
Pero saliendo de la nube y volviendo a pisar tierra firme, en
España, donde el jefe del Gobierno ha inaugurado un nuevo tipo de periodismo,
“el plasmático”, que solo puede incitar a la risa, si no fuera porque supone un
paso adelante en la funesta costumbre de las ruedas de prensa sin preguntas,
resulta bochornoso ver cómo políticos, responsables de medios y periodistas
continúan prestándose a este simulacro de información. ¿A qué esperan los
responsables de los medios para anunciar que el suyo no se someterá a ese
atentado contra la libertad de prensa?, ¿a qué aguardamos los periodistas para
negarnos a asistir a tales esperpentos informativos?
La libertad de prensa está, por desgracia, bastante machacada y no
se soluciona con recordarlo un día al año. Hace falta que esa libertad esté
presente todos los días del año en nuestra realidad y que la amenaza de su
pérdida sea lo suficientemente grave para que nos obligue a todos a no bajar la
guardia. Porque sin libertad de información no hay democracia posible.