EL TERROR DEL CAPITALISMO EN BANGLADESH

Vijay Prashad, CounterPunch

DELHI – El miércoles 24 de abril, un día después de que las autoridades bangladesíes pidieran a los propietarios que desocuparan su fábrica de prendas de vestir que empleaba a unos 3.000 mil trabajadores, el edificio se derrumbó. El edificio Rana Plaza de Dhaka, producía prendas de vestir para los comercios del mundo atlántico. Marcas famosas se cosían en el lugar. Se pudieron salvar dos mil personas hasta el momento de escribir estas líneas y se confirma que hay más de 300 muertos. Esta última cifra está condenada a aumentar. Este “accidente” tiene lugar cinco meses después del incendio de la fábrica de prendas de vestir Tazreen en el que murieron por lo menos 112 trabajadores.

La lista de “accidentes” es larga y dolorosa. En abril de 2005, se desplomó una fábrica de prendas de vestir en Savar, matando a 75 trabajadores. En febrero de 2006, otra fábrica se derrumbó en Dhaka, matando a 18. En junio de 2010, un edificio se derrumbó en Dhaka matando a 25. Son las “fábricas” de la globalización del siglo XXI, refugios miserablemente construidos para un proceso de producción orientado a largos días de trabajo, máquinas de pésima calidad y trabajadores cuyas vidas están sometidas a los imperativos de la producción puntual.

Escribiendo sobre el régimen de la manufactura en Inglaterra durante el siglo XIX, Karl Marx señaló: “Pero en su ciega e incontrolable pasión, esa hambre de hombre lobo por mano de obra sobrante, el capital sobrepasa no solo la moral, sin incluso los límites máximos simplemente físicos del día de trabajo. Usurpa el tiempo para el crecimiento, desarrollo y mantención saludable del cuerpo. Roba el tiempo requerido para el consumo de aire fresco y luz del sol… Todo lo que le interesa es simple y solamente el máximo de poder laboral que puede ser mantenido durante un día de trabajo. Logra este fin reduciendo la duración de la vida de un trabajador, como un agricultor codicioso aumenta la producción del suelo reduciendo su fertilidad”.

Estas fábricas bangladesíes forman parte de un paisaje de globalización copiado en las fábricas a lo largo de la frontera entre EE.UU. y México, en Haití, en Sri Lanka y en otros sitios que abrieron sus puertas al hábil uso de la industria de la prendas de vestir del nuevo orden manufacturero y comercial de los años 90. Países sometidos que no tenían ni la voluntad de luchar por sus ciudadanos y ninguna preocupación por el debilitamiento de su orden social se apresuraron a acoger la producción de prendas de vestir. Los grandes productores de prendas de vestir ya no querían invertir en fábricas, se volvieron hacia subcontratistas ofreciéndoles márgenes muy limitados de beneficio, obligándolos así a manejar sus fábricas como prisiones laborales. El régimen de subcontratación permitió que esas firmas negaran toda culpabilidad por lo que hacían los verdaderos propietarios de esas pequeñas fábricas, lo que les permitía gozar de los beneficios de los productos baratos sin que sus conciencias fueran perturbadas por el sudor y la sangre de los trabajadores. También permitió que los consumidores del mundo atlántico compraran grandes cantidades de mercaderías, a menudo mediante un consumo financiado con deudas, sin preocuparse de los métodos de producción.

Los trabajadores bangladesíes no han sido tan sumisos como los consumidores del mundo atlántico. En junio de 2012, miles de trabajadores de las afueras de Dhaka, se manifestaron por salarios más elevados y mejores condiciones laborales. Durante muchos días, estos trabajadores cerraron 300 fábricas. Los trabajadores ganan entre 3.000 taka (35 dólares) y 5.500 taka (70 dólares) mensuales; pedían un aumento de entre 1.500 taka (19 dólares) y 2.000 taka (25 dólares) al mes. El gobierno envió 3.000 policías para restablecer la normalidad y la primera ministra hizo vagas promesas de que consideraría el asunto. Se estableció un comité de tres miembros, pero no hubo ningún resultado sustancial.

Consciente de la futilidad de negociar con un gobierno subordinado a la lógica de la cadena comercial, Dhaka estalló en violencia a medida que llegaban más y más noticias del Edificio Rana. Los trabajadores han cerrado el área industrial alrededor de Dhaka, bloqueando calles y destrozando coches. La insensibilidad de la Asociación de Fabricantes de Prendas de Vestir de Bangladesh (BGMEA) aumentó la cólera de los trabajadores. Después de las protestas de junio el jefe de BGMEA acusó a los trabajadores de estar involucrados en “alguna conspiración”. Argumentó que “no existe lógica alguna para aumentar los salarios de los trabajadores”. Esta vez, el nuevo presidente de la BGMEA sugirió que el problema no era la muerte de los trabajadores o las malas condiciones en las que trabajan sino “la interrupción de la producción debido a la agitación y las huelgas”. Esas huelgas, dijo, son “solo otro fuerte golpe al sector de las prendas de vestir”. No es sorprendente que los que salieron a las calles tengan tan poca confianza en los subcontratistas y en el gobierno.

Los intentos para cambiar esta situación han sido frustrados por la presión del gobierno y los asesinatos. Cualquier decencia que pueda contener la Ley Laboral de Bangladesh es eclipsada por el débil control del Departamento de Inspecciones del Ministerio del Trabajo. Hay solo 18 inspectores y ayudantes de inspectores para controlar 100.000 fábricas en el área de Dhaka, donde se encuentra la mayoría de las fábricas de prendas de vestir. Si se detecta una infracción, las multas son demasiado bajas como para generar alguna reforma. Cuando los trabajadores tratan de formar sindicatos, la dura reacción de la administración basta para restringir sus esfuerzos. La administración prefiere los estallidos anárquicos de violencia a la consolidación del poder de los trabajadores. De hecho, la violencia condujo al gobierno de Bangladesh a crear una Célula de Control de Crisis y una Policía Industrial, no para controlar las violaciones de las leyes laborales, sino para espiar a los organizadores sindicales. En abril de 2012, Aminul Islam, uno de los principales organizadores del Centro Bangladesí por la Solidaridad de los Trabajadores fue secuestrado. Apareció asesinado unos días después, con su cuerpo marcado por la tortura.

Esta protesta ha inflamado al país, que de otra manera se ha mostrado bastante indolente respecto al terror diario contra los trabajadores del sector textil. El “accidente” del edificio Rana puede significar un giro para un movimiento de protesta que está a la deriva.

En el mundo atlántico, mientras tanto, la concentración en las guerras contra el terror y en los problemas de la economía impide toda auténtica introspección respecto a un modo de vida que se basa en el consumismo alimentado por las deudas, a costa de los trabajadores de Dhaka. Los que murieron en el edificio Rana son víctimas, no solo de la maldad de los subcontratistas, sino también de la globalización.

Vijay Prashad es profesor y director de Estudios Internacionales en el Trinity College, Hartford.